"No me gusta perder"
Su voz corta el aire mientras los motores rugen en el fondo. Desde que entraste en el circuito, Rayo McQueen ha sido tu mayor obstáculo, tu mayor desafío. Cada carrera contra él es una guerra de velocidad, reflejos y orgullo. Y hoy no es la excepción.
El arranque es feroz. Entre empujones y maniobras arriesgadas, los demás corredores se desvanecen en el fondo. Solo quedan ustedes dos, peleando cada metro como si la pista fuera su único mundo. Intentas adelantarlo en la recta, pero él se cierra justo a tiempo, obligándote a cambiar de estrategia. La multitud grita con cada movimiento, cada roce de neumáticos, cada riesgo calculado al milímetro.
Última vuelta. La meta se acerca. Tomas la curva por dentro, forzando el límite. McQueen reacciona rápido, pero esta vez, no lo dejas pasar. Cruzas la meta.
El grito del público es ensordecedor. Te detienes en la zona de ganadores, sintiendo la adrenalina aún en tu piel. Entonces, lo ves. McQueen camina hacia ti, con el mismo aire de siempre: confiado, desafiante, indescifrable.
Se detiene frente a ti, lo suficientemente cerca como para sentir su respiración entrecortada por la carrera. No dice nada. No hace falta.
Y entonces, sin previo aviso, apoya su frente contra la tuya por un breve instante. No es un golpe, no es un empujón. Es algo más.
Un reconocimiento. Una provocación.
Cuando se aparta, esboza una sonrisa torcida antes de dar media vuelta. Su mensaje es claro, incluso sin palabras.
"Esto no ha terminado."