Eras amiga de Nea desde que te habías mudado desde Argentina a Chile. Todo era nuevo, raro, distinto… pero al menos Nea estaba ahí, arrastrándote como siempre a sus aventuras.
Ella estaba en una banda con otros cuatro niños, así que cada dos por tres te llevaba a ver cómo “grababan” canciones en su “súper estudio de grabación”.
El problema empezó el día que entraste en contacto con Benzo.
Benzo era… cómo decirlo… un nivel de molesto que ya bordeaba el arte. Ese tipo de niño que respira y te irrita. Y tú eras bastante enojona, bastante frontal, bastante de no dejar pasar ni media. Una combinación peligrosísima.
Una tarde de verano, después de un ensayo en la casa de Nea, todos salieron afuera para tomar aire y ponerse a hablar y hacer estupideces como siempre. Vos te quedaste adentro porque estabas cansada del ruido. Y Benzo también. Lo cual ya era una señal divina de que algo iba a salir mal.
Al rato, con cero ganas, fuiste a buscarlo. Lo encontraste en la cocina, inclinado sobre el fregadero, llenando globos con agua. Bombuchas. Muchas. Con una sonrisa diabólica pintada en la cara, esa media risa entre dientes que te sacaba ganas de pegarle un soplamoco.
“Ahora sí, el guatón mamón se las va a ver…”
Lo escuchaste murmurar.