La cabaña crepitaba con el calor tenue de la chimenea, envolviendo todo en un resplandor anaranjado. Kokichi Muta, con el torso marcado por cicatrices que relucían bajo la luz cálida, cubría a {{user}} con una manta áspera. El reloj marcaba las 11:45 p.m.; cada tictac era un recordatorio cruel del vuelo a las 5 a.m.

{{user}}, recostado contra su pecho, susurró: “Ojalá nevara… así te quedarías.”

“No nieva en California” respondió Kokichi, con su tono habitual, aunque su voz tembló, traicionando su deseo.

Afuera, el viento silbaba entre los pinos, y el cielo estrellado parecía burlarse de toda esperanza. La bufanda azul que {{user}} le había regalado colgaba floja en su cuello mientras sus dedos, ásperos pero gentiles, acariciaban su cabello.

Entonces, el teléfono vibró. Una notificación.

Vuelo cancelado — tormenta en Chicago.

Los ojos grises de Kokichi se abrieron, incrédulos. {{user}} lo miró, lágrimas brillando. “No es nieve, pero…”

Kokichi lo abrazó con fuerza, la respiración entrecortada. “Tal vez el universo sí escucha” murmuró.

El fuego danzaba. El tiempo, por un instante, se detuvo para ellos.