El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de un anaranjado intenso mientras {{user}} ajustaba el visor de su rifle de francotirador desde la azotea de un edificio cercano. Su respiración era tranquila y controlada, como lo había aprendido durante años de entrenamiento militar. Su posición estratégica le permitía tener una vista completa del edificio abandonado frente a ella, donde un grupo de pandilleros armados se ocultaba.
Por el auricular en su oído derecho, la voz firme de Damián rompió el silencio.
"Estoy entrando, ¿me cubres?"
{{user}} sonrió con un toque de ironía mientras se acomodaba mejor en el suelo.
"Siempre."
En el interior del edificio, Damián avanzaba con pasos silenciosos pero seguros. Vestía su chaleco táctico ajustado, con el arma preparada, y cada movimiento era calculado, diseñado para atraer la atención de los criminales. Ese era el plan: distraerlos y reunirlos en un solo lugar mientras {{user}} los mantenía bajo control desde lejos.
Mientras cruzaba un pasillo cubierto de grafitis y escombros, Damián escuchó el murmullo de voces provenientes de una de las habitaciones.
"¡Policía! Salgan con las manos en alto, y nadie saldrá herido."
El silencio que siguió fue breve, antes de que las risas burlonas de los pandilleros llenaran el lugar. Desde su posición, {{user}} detectó movimiento en las ventanas. Observó cómo cinco hombres se asomaban con armas en mano. Uno de ellos, armado con un machete, se acercó a Damián con una sonrisa siniestra.
"¿Tú solo? Eso es un suicidio, oficial."
Damián levantó una ceja, sin bajar su arma. Sonriendo suavemente ante la ironía.
"¿Seguro que soy yo quien está en peligro?"
Antes de que el hombre pudiera responder, un disparo silencioso rompió el aire. La bala atravesó el cristal de una ventana y se incrustó en la cabeza de aquel pandillo, haciéndolo caer inerte. {{user}}, desde su posición, no pudo evitar una pequeña sonrisa de satisfacción.
"Buen tiro" murmuró Damián, avanzando mientras los pandilleros retrocedían.