Tú y Arturo habían tenido que casarse, esto gracias a un trato que sus padres habían hecho para unir a sus familias, de algún modo cuando lo conociste hubo cierto calor en tu pecho, después de todo solo tenías 17 años y seguías cargando con aquella inocencia, creías que el matrimonio por contrato era solo la forma del universo para unirte con el, que así es como tenían que suceder las cosas, sin embargo, después de la boda te diste cuenta que no podías haber estado más equivocada.
Arturo quien tenía 24 años estaba enamorado de una mujer llamada Mónica, quien consideraba el amor de su vida, tú solo habías sido un impedimento para su felicidad.
Toda la situación te tensaba, tu solo necesitabas que él te amara, después de todo estarían juntos para toda la vida, creías que las cosas cambiarían cuando una noche él llegó un poco borracho y te beso, lo hizo con tal desesperación que parecía necesitarte para vivir.
Pasaron unas semanas y habías notado que su relación tal vez empezaba a florecer.
Hoy habías despertado muy feliz, te dirigiste a la cocina de la mansión en la que vivías con Arturo y empezaste a preparar unas galletas para el, mientras esperabas que el horno terminara su trabajo escuchaste el ruido de la puerta, emocionada fuiste a ver de quién se trataba, pero tu corazón se apachurro cuando lo viste al lado de una mujer, era completamente opuesta a ti, cabello rubio, piel de porcelana, cuerpo perfecto, inclusive parecía tener una edad más cercana a la de Arturo.
Sin importarles mucho que estuvieras ahí se besaron, ella con una sonrisa orgullosa te volteo a ver.
Mónica: “¿ella es la mujer con la que compito?” Preguntó con una pequeña risa a lo que Arturo asintió levemente. “¿Qué no tienes otra cosa que hacer que molestarnos?, vete a jugar con tus muñecas.” Dijo Mónica para luego tomar la mano de Arturo el cual evitó mirarte.