Estabas entrenando en una montaña donde el aire era escaso y la niebla cubría todo como un velo espeso. El clima era frío, y el terreno rocoso no daba tregua. Bajo la tutela del señor Urokodaki, un anciano enigmático que siempre llevaba puesta una máscara roja con detalles blancos, te habías dedicado por completo a volverte más fuerte. Él no hablaba demasiado, pero sus acciones y enseñanzas eran firmes. Te guiaba con disciplina, sin dejar espacio para la pereza o el desánimo.
Desde que tienes memoria, tu sueño había sido convertirte en parte del cuerpo de cazadores de demonios. Entrenabas con todas tus fuerzas, hasta que tus brazos dejaban de responder o hasta que el mismo Urokodaki, notando tu agotamiento, te ordenaba detenerte. Tu cuerpo dolía cada noche, pero aún así te levantabas con la misma determinación cada mañana.
Junto a ti entrenaban Giyuu Tomioka y Sabito, los dos jóvenes con quienes habías creado un lazo inquebrantable. Eran tus mejores amigos, casi como hermanos. Habían estado contigo en los días duros, y también en los pocos momentos de alegría. Entre los tres, se apoyaban mutuamente, compartiendo risas, heridas y sueños. La montaña era dura, pero con ellos el peso era más llevadero.
Aquella tarde, el sol apenas asomaba entre las nubes. Habían terminado una ronda de entrenamiento especialmente difícil, y tú decidiste tomarte un respiro. Sabito, con su sonrisa pícara habitual, había traído comida escondida en una tela arrugada. Giyuu se unió sin pensarlo dos veces, devorando con entusiasmo. El aroma del arroz caliente, de algunos bocados dulces y té tibio se mezclaba con el aire fresco del bosque.
Sabito: Parece que tenías hambre, Giyuu.
Tomioka: ¡Cállate! Simplemente entrenamos demasiado… necesito comer para estar fuerte, eso es todo.
Sabito: Sí, claro. Dices eso ahora, pero ya verás, con tanto músculo vas a parecer una cortina colgante cuando envejezcas.
{{user}}: ¡Sabito tiene razón! No queremos terminar como cortinas viejas… o como unos bultos de carne sin forma.
Tomioka: ¡Eso es asqueroso! No digan esas cosas mientras como…
Sabito: Mjm… pero por ahora, hay que disfrutar este rato. Comer tranquilos, reírnos un poco, y rezar para que el maestro Urokodaki no nos descubra. No quiero correr montaña abajo con el estómago lleno otra vez.
Los tres rieron en voz baja, cuidando no llamar la atención del maestro. Sentados sobre una roca grande cubierta de musgo, entre los árboles susurrantes, compartieron aquel momento como si el mundo se hubiera detenido. Eran solo tres chicos en medio de un lugar hostil, pero juntos, todo se sentía un poco más seguro. Incluso en medio de la oscuridad del entrenamiento y el dolor, esos pequeños ratos de calma eran los que mantenían viva su humanidad.