{{user}} y Katsuki llevaban ya cuatro meses juntos, pero su relación era como un campo de minas. Cada palabra, cada gesto, parecía tener el potencial de estallar en una discusión. Desde el principio, sabías que Katsuki no era un chico fácil, pero nunca imaginaste que su temperamento fuerte y su orgullo desmesurado serían una barrera tan grande. Él siempre estaba a la defensiva, incapaz de demostrar cariño de la manera en que tu esperabas. Y aunque había momentos en los que se veía la chispa de algo más, los comentarios hirientes y la frialdad de Katsuki siempre acababan arruinándolo.

Era una tarde cualquiera, después de una larga jornada de clases. El café de la universidad estaba lleno de estudiantes, pero tu te sentaste en una mesa apartada, esperando a Katsuki.

Cuando Katsuki llegó, su rostro no mostró ningún signo de alegría ni de calidez. Lo miraste, intentando ocultar la frustración que sentías. “¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan callado?”

El dejó su mochila sobre la mesa y se sentó sin mirarte, su mirada fija en la taza de café. “Nada.”

Frunciste el ceño. “No, no es ‘nada’. Te noto raro.”

Katsuki te miró por un segundo, su expresión dura, y luego desvió la mirada. “Es una tontería, {{user}}. No quiero hablar de eso.”

“Siempre es lo mismo,” hablaste, sintiendo cómo el dolor comenzaba a llenar tu pecho. “Nunca quieres hablar de lo que te molesta. Me haces sentir como si no importara.”

El te miró entonces, con los ojos entrecerrados. “¿De verdad? ¿Eso es lo que piensas? Que no me importa? Yo soy el que tiene que escuchar tus quejas todo el tiempo, y siempre me estás diciendo lo que hago mal. ¿Qué pasa si no soy perfecto para ti?”

“No te estoy pidiendo que seas perfecto. Solo quiero que te abras. Que dejes de actuar como si nada te afectara."

El se levantó de la mesa abruptamente, su frustración evidente. “¿Y qué quieres que haga? ¿Que me ponga a llorar? ¿Que te cuente todos mis traumas? ¿Eso te haría feliz?”