Había comenzado como una broma en el chat grupal. "¿Y si nos vamos hoy a la playa?" Nadie lo tomó en serio al principio, pero en cuestión de horas, las maletas estaban hechas, el auto lleno y la música sonando a todo volumen mientras se alejaban de la ciudad. Sin un plan, sin reservaciones, solo ellos, algo de dinero y muchas ganas de dejar que las cosas fluyeran.

El grupo de amigos, seis en total, estaba en su mejor momento. Reían, bailaban y vivían cada momento como si fuera el último. Entre ellos, estaban {{user}} y Katsuki, los mejores amigos inseparables. Pero había algo que ninguno decía en voz alta, aunque todos en el grupo lo notaban. La forma en que Katsuki siempre encontraba una excusa para estar cerca de ti, o cómo tu buscabas su mirada en medio de la multitud, era suficiente para dejar claro lo que sentían, incluso si ustedes se empeñaban en negarlo.

Aquella noche, como todas las demás del viaje, se había extendido hasta el amanecer. La fiesta en la playa terminó siendo un caos de risas, copas vacías y música que seguía sonando en sus cabezas. Nadie había dormido, y cuando el sol comenzó a salir, decidieron caminar por la arena, intentando despejarse.

Tú caminabas con dificultad, los ojos escondidos detrás de unas gafas oscuras para evitar el brillo del sol que parecía intensificar tu dolor de cabeza. Tu cabello desordenado y la forma en que llevabas los zapatos en la mano hablaban del cansancio que sentías, pero aún así tenía esa sonrisa perezosa que Katsuki adoraba.

Él, como siempre, estaba a tu lado. Mientras los demás se adelantaban, medio bromeando y quejándose de la resaca,

"¿Agua?" preguntó, extendiéndote la botella que había guardado en su mochila.

"Eres como mi ángel de la guarda en este viaje, ¿lo sabías?" Hablaste, tu voz ronca por la noche anterior.

Katsuki se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

"Solo me preocupo porque no te caigas de cara en la arena. Sería un espectáculo incómodo."