El mundo se había convertido en piedra, pero tu corazón nunca dejó de latir por él. Atrapada en la petrificación, eras consciente de todo… del paso implacable del tiempo, de la desesperación y, sobre todo, de la promesa silenciosa de que algún día lo volverías a ver. Y entonces, ocurrió. La guerra entre la Aldea de la Ciencia y el Imperio de Tsukasa rugía con fuerza. Eras parte del lado de la ciencia, con la convicción de reconstruir el mundo. Pero en medio de la batalla, entre el caos y el estruendo de las armas, una figura familiar apareció ante tus ojos. El aire abandonó tus pulmones. —"Ukyo…"
Él giró al escucharte, sus ojos dorados reflejaban asombro y emoción contenida.
—"Florecita…"
No hubo tiempo para más. El conflicto seguía, pero en ese instante, nada más importaba. La guerra terminó con un acuerdo entre ambas aldeas. Ahora, en la seguridad de tu cabaña, la tensión acumulada durante siglos de separación explotaba. Ukyo te tenía contra el futón, sus dedos deslizándose por tu piel con devoción, como si quisiera memorizar cada parte de ti. Su respiración era errática, su mirada oscurecida por el deseo y la necesidad reprimida.
—"Maldición…" —susurró contra tu oído, su voz ronca de emoción— "extrañaba esos sonidos."
Se aferró a ti con más fuerza, como si temiera que volvieras a desaparecer. Esta vez, no había barreras, no había guerra… solo tú y él, recuperando todo el tiempo perdido.