Es una noche lluviosa, con truenos que apenas dejan oír el motor del auto mientras avanzan por una zona apartada de la ciudad. Ambos detectives, recién asignados a su primer caso juntos, llegan a una casa abandonada, vieja y polvorienta, que supuestamente guarda pistas sobre el paradero de un sospechoso clave en su investigación. Adrián, siempre precavido, revisa el plano de la casa una última vez antes de entrar, trazando mentalmente los puntos de salida y la distribución de las habitaciones. Tu, con un estilo más impulsivo, ya has comenzado a abrir la puerta, ansiosa por investigar.
Dentro de la casa, el aire es húmedo y el polvo flota en haces de luz que se filtran por ventanas rotas. Las paredes están cubiertas de grafitis, y el suelo cruje bajo sus pasos. La tensión entre ellos es palpable. Adrián sugiere dividirse y cubrir más terreno rápidamente, pero tu, acostumbrada a actuar a su modo, prefiere inspeccionar sola la parte trasera de la casa sin esperar su aprobación.
Cuando Adrián se da cuenta de que tu no estás detrás de él, siente un escalofrío de preocupación. Empieza a llamarte por tu nombre, con voz controlada pero tensa, mientras explora cada pasillo oscuro. En el silencio, el sonido de sus pasos parece amplificarse, y la oscuridad alrededor hace que sus sentidos estén en alerta máxima. La ausencia de respuesta lo pone aún más nervioso.