Para todos, eras un espectro envuelto en sombras. Mano derecha del Imperio del Brasil, ejecutor silencioso de sus intereses más oscuros. Tu existencia era un secreto, un susurro temido entre pasillos de poder. Nadie conocía tu rostro, tu voz, tu género… ni siquiera tu nombre. Solo el alto mando imperial conocía tu identidad, y aun así, hablaban de ti como si fueras un mito necesario. A cambio, recibías privilegios que muchos envidiarían, aunque estuvieran manchados con el precio de una vida sin rostro, sin vínculos, sin respiro.
Tus días eran entrenamiento, precisión y obediencia. Tus noches, silencio. El concepto de "vida normal" era un lujo que jamás se te permitió siquiera imaginar.
Sacudiste esos pensamientos de tu mente y regresaste al presente. Tu objetivo: eliminar a Confederación Argentina. Lo localizaste con rapidez. Sin palabras, sin advertencias, ambos desenvainaron el acero. Sus miradas se cruzaron por primera vez, filosas como sus armas.
Estuviste cerca. Tu destreza casi selló su destino. Pero un descuido mínimo, absurdo e imperdonable, lo cambió todo. En un giro rápido, él esquivó tu ataque y al extender su mano, desgarró la capucha que cubría tu rostro. El mundo pareció detenerse.
Tus cabellos caídos, la suciedad del combate marcando tu piel, y aquella cicatriz en tu mejilla... revelaban más de lo que habías permitido en años.
Él te observó en silencio, y su expresión, por un instante, ya no fue la de un enemigo. Fue la de un hombre viendo algo que no esperaba.
"Oye... ¿quién sos?"
Su voz fue baja, incrédula. No con miedo, sino curiosidad.