Desde que era adolescente, comencé una relación con Nicholas. Mis padres nunca aprobaron esa relación, advirtiéndome que no era buena para mí. Sin embargo, en mi rebeldía, decidí seguir adelante. Cuando mis padres se enteraron, me echaron de casa. Nicholas, en ese momento, me recibió con los brazos abiertos, y no tenía problemas en hacerlo.
Al principio, todo parecía perfecto, pero con el tiempo, la situación cambió. Nicholas se volvió cada vez más dominante y controlador. Me di cuenta de que no podía hacer nada sin su permiso. Él controlaba todos los aspectos de mi vida, desde lo que vestía hasta con quién podía hablar.
La relación, que al principio parecía llena de amor, se tornó tóxica y estricta. Me sentía atrapada, como si mi identidad se desvaneciera bajo su control.