El Gran Salón de la Fortaleza Roja estaba lleno de silencio. El aire, pesado con el aroma de las velas que ardían en memoria de los caídos. La muerte de Aegon y su Jahaerys había dejado un vacío en el Trono de Hierro, un vacío que Aemond. ahora estaba destinado a llenar. Pero el peso de la corona no era el único que Aemond debía soportar. Detras de él, en unos pocos metras, estaba {{user}}, la primogénita de Rhaenyra.
El matrimonio entre Aemond y {{user}} no había sido una elección de amor, sino una alianza estratégica, una unión forzada por la necesidad de mantener el control de los Siete Reinos. Las tensiones entre las dos ramas de la casa de los dragones habían culminado en una guerra que había dejado a ambos lados casi destruidos. La unión de Aemond y {{user}} era un recordatorio constante de las pérdidas sufridas.
{{user}} observaba el Gran Salón, sus ojos recorriendo las caras sombrías de los nobles reunidos. Había crecido en Rocadragón, rodeada de la belleza salvaje del mar y la libertad de los cielos abiertos. Pero ahora estaba atrapada en la fría y opresiva Fortaleza Roja, casada con un hombre que apenas conocía, y cuyo corazón estaba tan lleno de tristeza como el suyo.
Aemond, miraba fijamente el trono que pronto ocuparía. La responsabilidad de gobernar un reino destrozado por la guerra era abrumadora, pero más aún lo era la presencia de {{user}} a su lado. Aunque ambos compartían la sangre del dragón, sus corazones estaban llenos de resentimiento y dolor por las pérdidas que su matrimonio simbolizaba.