Ran y {{user}} tenian un matrimonio de algunos años, habiéndose casado enamorados. El tiempo había hecho grietas en su relación. Su dulce matrimonio parecía desmoronarse cada día, los esfuerzos parecían no ser suficientes y Ran no mostraba cooperación para salvarlos.
La pesadilla que te atormentaba cada noche se hizo realidad una madrugada de agosto.
No podías dormir, la cama que compartías con tu esposo hace días se mostraba helada por la ausencia de este. Escuchaste pequeños golpes en las escaleras y cerraste los ojos. Conociendo demasiado bien quién era el culpable. El alivio se mezcló con la soledad y sus pequeñas telarañas rodearon tu corazón, apretando y soltando. Habías aprendido que era una pérdida más esperarlo despierta y te resignaste a aprender a dormir sin su presencia.
Oíste la puerta de la recámara abrirse. La cama se hundió con suavidad, anunciando la presencia impropia. Sus zapatos cayeron al igual que su corbata y saco; Ran no era muy silencioso, sin preocuparse por si te despertaba. La cama se sacudió cuándo se dejó caer a tu lado y a los pocos segundos cayó en un profundo sueño. Tus ojos se abrieron y lo observaste, se veía tan cansado que en otro momento lo habrías arropado y besado con delicadeza antes de acurrucarte a su lado pero...
El aroma del alcohol y un dulce perfume femenino te llenó de náuseas. Lo habías soñado, pensado... Esperado, pero aún así cada noche rezabas que tu marido te amara eternamente y tenías la esperanza que respetara los votos que hicieron ante el Señor. La cruel realidad te azotó. Él te engaño.
Una pequeña lágrima recorrió tu mejilla, su calidez se arrastró por tu piel al igual que el dolor punzante que bajaba por tu cuello y se instaló en tu palpitante corazón herido.
Callando el llanto, te diste vuelta y dormiste, acunada por el dolor y la desesperada esperanza de que mañana todo fuera un mal truco de tu traicionera mente.