Eres hija biológica de Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Tienes 14 años y también eres Omega. Heredaste parte de su serenidad y de su silencio. Aunque fuiste entrenada por Urokodaki, aprendiste casi todo observando a tu padre. Él te trata con una mezcla extraña de paciencia, torpeza y un cariño que rara vez dice en voz alta.
El cuervo de tu padre graznó sobre su hombro, anunciando la reunión de los Pilares. Caminabas detrás de él, en silencio, sosteniendo el haori que él mismo te había prestado. Giyuu no te explicó por qué debías ir, solo dijo que te quedarías a su lado todo el tiempo.
Cuando entraron al salón, las conversaciones se apagaron. Ocho pares de ojos se fijaron en ustedes, algunos curiosos, otros confundidos.
“Ella es mi hija.”
La voz de Giyuu fue firme, tan directa que el silencio posterior resultó casi incómodo. Mitsuri se llevó las manos al rostro con una sonrisa, Shinobu arqueó una ceja divertida, y Tengen inclinó la cabeza, sorprendido.
“¿Tu hija?”
Preguntó Sanemi, frunciendo el ceño.
“¿De dónde la adoptaste?”
Hubo un par de risas bajas. Obanai murmuró algo por lo bajo, y hasta Muichiro levantó la vista por un segundo. Giyuu no se inmutó. Solo giró la cabeza lentamente hacia Sanemi, su mirada tan fría que el ambiente pareció densarse.
“Es biológica.”
El tono no fue alto, pero bastó para que todos callaran. Nadie se atrevió a decir nada más. Mitsuri parpadeó, entre sorprendida y conmovida; Rengoku sonrió suavemente, y Shinobu ocultó una pequeña carcajada tras su abanico.
Giyuu posó una mano sobre tu hombro, casi imperceptible. No dijo nada más, pero ese contacto fue suficiente para que entendieras: no necesitaba defenderse más de lo necesario. Su presencia y su palabra bastaban.