El viento susurraba a través de las copas de los árboles, arrastrando consigo el aroma de la tierra húmeda y las flores nocturnas. En lo alto, la luna, redonda y pálida como un espejo antiguo, iluminaba el bosque con su resplandor plateado. Aquel era el dominio de Katsuki, un vampiro joven por la eternidad, pero viejo en penas. Su corazón yacía muerto desde la noche en que su esposa, la única mujer a la que había amado, desapareció en las sombras del tiempo.

Durante siglos, había vagado por el mundo como un espectro errante, sin más compañía que la nostalgia y el frío abrazo de la inmortalidad. Se había prometido jamás permitir que otro ser humano despertara en él la ilusión de amar de nuevo. Hasta que te vio.

Una joven de cabellos oscuros como la medianoche y ojos tan profundos como un pozo de secretos. Caminabas con la gracia de una diosa antigua. Katsuki te observó desde la distancia, oculto en las tinieblas.

La curiosidad se transformó en fascinación. La fascinación, en un deseo latente. Y aquel deseo despertó en él algo que creía enterrado: el anhelo.

Noche tras noche, te siguió en silencio, como un guardián invisible. Te contempló escribir en los márgenes de un cuaderno ajado por el tiempo. Te escuchó reír con una melodía tan dulce que le dolió en lo más hondo del alma.

Fue en una noche de luna llena cuando decidió romper su juramento y acercarse. No reveló su verdadera naturaleza. No aún. En su corazón inmortal, temía que la verdad te alejara.

Katsuki comenzó su silenciosa conquista. Como un artista dando forma a su obra más preciada. Cada noche: una conversación furtiva en la brisa nocturna, una rosa carmesí dejada en tu ventana, un poema escrito en un papel perfumado con el aroma del bosque.

Una noche, cuando la luna era una lágrima blanca en el cielo, te llevó al corazón del bosque.

"No soy como tú" dijo, su voz impregnada de una tristeza antigua. "He caminado por este mundo más tiempo del que puedes imaginar. He amado y he perdido. Creí que mi corazón estaba muerto, hasta que te vi."