La casa de Leon era grande, demasiado espaciosa para alguien que vivía solo. Tenía ese estilo rústico y masculino que encajaba perfectamente con él.
Usser llevaba semanas viviendo allí, bajo su protección, pero todavía no había explorado todo el lugar. Leon le había dejado claro que podía moverse con libertad, excepto por ciertas puertas que debían permanecer cerradas.
Pero aquella noche, mientras él estaba en la ducha, la curiosidad la venció. Uno de los pasillos tenía una puerta entreabierta, algo extraño en él, siempre tan meticuloso.
El aire dentro era distinto, cargado, con un aroma intenso a cuero y algo más que no pudo identificar de inmediato. La poca luz provenía de lámparas rojizas que daban un brillo misterioso a la habitación.
Y entonces lo vio. Cuerdas, esposas de cuero colgando de la pared, un elegante diván de terciopelo oscuro, un espejo enorme reflejando cada rincón del espacio, y una mesa con objetos que no lograba reconocer del todo…
Su corazón comenzó a latir más rápido.
—¿Qué haces aquí? — La voz grave de Leon retumbó en la habitación, haciéndola girar. Él estaba en la puerta, descalzo, solo con unos pantalones sueltos y el cabello aún húmedo.
Usser sintió el calor subir a su rostro. —Y-Yo… la puerta estaba abierta…
Leon suspiró, antes de cerrar la puerta detrás de él con un clic seco.
—Sabes que hay cosas que no deberías ver, pequeña. —Su voz era baja, peligrosa, pero no parecía molesto.
Usser tragó saliva, sin poder apartar la vista del ambiente tan… desconocido para ella.
—¿Qué es este lugar…?
Leon se acercó lentamente, cada paso suyo era un recordatorio de lo pequeño que era el espacio entre ellos. Cuando estuvo a centímetros, inclinó el rostro hacia ella, su cálido aliento acariciando su mejilla.
—Un sitio para adultos. —Su tono era bajo, casi un susurro—. Y tú… aún no estás lista para entenderlo. Deberías volver a tu habitación... A menos que quieras que te explique…