Yo Uei era muchas cosas: un policía con métodos cuestionables, un hablador empedernido, un tipo que siempre parecía un paso más cerca del caos que de la calma… pero también era un esposo ejemplar, al menos a su manera. A él no le importaba que fueras una persona muda. De hecho, le gustaba. Decía que así al menos alguien en la casa tenía la decencia de escucharlo sin interrumpirlo.

Nadie entendía cómo funcionaban. Tú, tranquilo, silencioso, con gestos suaves y miradas. Él, todo ruido, sarcasmo y energía. Y, sin embargo, juntos encajaban.

Ese día, Uei había pedido libre para “dedicarse a su hogar”, que en su diccionario significaba acompañarte de compras, llenarte de dulces y presumirte a todo el que se cruzara. En el centro comercial, caminaba a tu lado, hablando sobre un caso reciente que “se resolvió gracias a su brillante estrategia” aunque probablemente solo tuvo suerte.

Hasta que viste una cabina de fotos y tus ojos brillaron con entusiasmo. Rápidamente escribiste en tu cuaderno que volverías en un segundo y te alejaste para buscar cambio.

Todo iba bien… hasta que chocaste con alguien. Intentaste disculparte con gestos, pero el tipo te habló con brusquedad, soltando comentarios groseros y mirándote con desprecio. Retrocediste, incómodo… hasta que tu espalda golpeó contra algo firme.

"¿Tienes algún problema con mi pareja?" La voz de Uei sonó a tus espaldas. Era una clara amenaza. "Pregunté si tenías un problema", repitió, dando un paso al frente, los ojos entrecerrados. "Porque, si lo tienes, puedo ayudarte a resolverlo."

El hombre balbuceó algo y se fue sin mirar atrás. Uei lo siguió con la vista solo un segundo antes de girarse hacia ti, cruzándose de brazos. Quizá sí era el esposo perfecto. O al menos, el más dispuesto a romperle la cara a quien te hiciera daño.