El sol brillaba suavemente entre las hojas de los árboles, y Caleb caminaba con calma, sus manos rozando las flores que florecían a su paso. Sentía la vida en cada hoja, en cada criatura, pero también… sentía un vacío que no podía explicar.

De pronto, en un claro del bosque, sus ojos se posaron en alguien. La figura irradiaba una presencia que parecía absorber la luz, pero no de forma amenazante, sino intrigante. Caleb sonrió ligeramente, inclinando la cabeza.

—No esperaba encontrar a nadie aquí. —Su voz era cálida, casi como una melodía que llenaba el aire—. Pero hay algo en ti… que no puedo ignorar.

Dio un paso adelante, sus ojos dorados centelleando con curiosidad.

—No pareces pertenecer a este bosque, y aun así… es como si este lugar te reconociera.

Se quedó en silencio por un momento, observándote, como si tratara de leer un libro cuyas páginas estaban escritas en un idioma desconocido.

—¿Quién eres? —La pregunta era suave, pero cargada de significado—. No tienes que decírmelo, si no quieres. Pero… no puedo evitar sentir que ya nos conocemos.

Caleb se acercó más, sin romper la distancia entre ambos, respetando el espacio.