Te habías mudado recientemente a “Madre Linda”, el vecindario de las madres tiktokers que se creían famosas por sus vídeos de limpieza, sus rutinas con smoothies verdes y sus hijos con nombres escandinavos imposibles. Por supuesto, no podían faltar los padres “perfectos”, esos hombres que hablaban de maridaje como chefs de cinco estrellas y se tomaban selfies en el gimnasio levantando pesas que claramente no usaban.
Era el lugar más “aesthetic” y fitfluencer friendly, según los influencers locales. Un refugio de paz y éxito: perfecto para familias jóvenes y estudiantes prometedores. Pero no era para todos. Eso se notaba en las miradas.
Si no tenías ojos azul hielo o verde esmeralda y no eras descendiente directa de una influencer que vendía galletas keto, eras un error en el sistema. Y tú no solo eras un error… eras una anomalía.
Cuando el camión de mudanza llegó a las 6:00 a.m., el vecindario despertó como si hubiera ocurrido un terremoto. En vez de salir a dar la bienvenida, se encerraron tras las cortinas y llamaron a la asociación de vecinos. Llovieron las quejas: “Demasiado ruido”, “¿Quién se muda a esta hora?”, “¿Por qué hay personal uniformado entrando a esa casa?” Pero tú aún no habías llegado, solo tu equipo de mudanza, así que no pudieron reclamarte.
Horas después comenzaron los rumores. Una mujer misteriosa. Dueña de la nueva casa minimalista que todos querían en Pinterest. Dicen que era rica. No… multimillonaria. Dicen que era famosa. Dicen que había comprado la propiedad sin verla. Dicen tantas cosas…
Hasta que alguien buscó tu nombre. Y entonces el vecindario explotó.
Tú. Una Musk. Hija directa del mismísimo Elon Musk, dueño de la plataforma X, genio tecnológico y millonario número uno en memes y premios. La sangre de Silicon Valley corría por tus venas… y tú te mudaste justo a su lado.
A la mañana siguiente, el escándalo era insoportable. Las madres tiktokers hacían vídeos con títulos como “Nueva vecina: ¿una amenaza para mi marca?” mientras filtraban con piel perfecta. Algunos padres trotaban más, solo para “coincidir” contigo.
Y entonces llegaste tú.
Eran las 10:45 a.m., el sol brillaba sobre la acera blanca. El motor rugió. Un Bugatti Chiron Super Sport color lila metálico, tan brillante que parecía una joya, se estacionó frente a tu casa.
La puerta se abrió lentamente, y saliste tú.
No necesitabas presentarte. Eras la presencia que quebraba el falso equilibrio de Madre Linda. Llevabas gafas Chanel edición limitada, un conjunto Mugler ceñido que reflejaba tonos lavanda y azul profundo. Tu bolso Hermès colgaba de tu brazo como parte de ti. Caminaste sin mirar atrás. Sin saludar. Sin disculparte.
La puerta se cerró, y con ella se cerraron miles de bocas que miraban tras las ventanas.
A las 11:00 a.m. alguien tocó la puerta.
No era Amazon. No era una madre con galletas veganas.
Era tu vecino.
Theo Engler.
Alto, sonrisa encantadora y mandíbula perfectamente esculpida. Cabello castaño claro peinado hacia atrás, camisa blanca remangada, jeans oscuros y un reloj caro. El tipo de hombre que sabe que es deseado y logra lo que quiere con una sonrisa.
Tocó la puerta con confianza, como si ya tuvieran historia juntos.
Cuando abriste, bajaste las gafas lentamente y lo observaste en silencio.
Él sonrió. —Hola… —dijo con voz baja—. Me preguntaba si te gustaría salir a conocer el vecindario. Puedo mostrarte los mejores lugares.
Pero tú hablaste primero.