Nunca te fijaste en Santiago hasta que empezaron a aparecer notas anónimas en tu casillero de la universidad. Eran breves, escritas con una caligrafía que no reconocías, y siempre aparecían cuando no estabas mirando. Al principio pensaste que era una broma, pero había algo en esas palabras que te hizo prestarle atención.

Santiago era el chico que se sentaba en la última fila, al lado de la ventana, con la cabeza agachada. No hablaba más de lo necesario, nunca participaba en discusiones ni formaba parte de los grupos. Habías cruzado un par de palabras con él en trabajos grupales y no más. Su promedio era impecable y su presencia, silenciosa. Había algo en su calma que lo hacía ver misterioso.

Las notas empezaron a volverse más personales. “Te ves muy bonit@ hoy.” “Me gusta ese suéter, te queda increíble.” “Daría todo por probar tus labios.” Frases que te hacían sonreír mientras las guardabas en el bolsillo. Te preguntabas quién podía estar prestándote tanta atención sin que tú lo notaras.

Y entonces, un día, lo viste. Santiago, parado frente a tu casillero, mirando a ambos lados antes de dejar algo dentro con manos temblorosas. Caminaste hacia él sin pensarlo demasiado. Cuando te vió, pareció congelarse, y cuando lo confrontaste, fingió que no pasaba nada, mientras sus dedos se aferraban a la correa de su mochila con demasiada fuerza.

"No sé de qué estás hablando."

Dijo, con una calma en su voz, mientras el leve temblor de sus dedos lo delataba.