La brisa veraniega acariciaba tu rostro mientras observabas el atardecer desde la vieja casa de tus abuelos. Entre las colinas y campos, un sonido rompió la tranquilidad: una guitarra desafinada, pero tocada con pasión. Al acercarte a la fuente, lo viste.
Sebastián estaba sentado bajo un árbol, descalzo, su cabello rizado alborotado y una sonrisa traviesa en sus labios mientras tocaba una melodía improvisada.
—"¿Te gusta la música?" preguntó sin siquiera mirarte, como si ya supiera que estabas ahí.
—"Depende. ¿Eso cuenta como música?" respondiste, mitad en broma.
Él rió, dejando la guitarra a un lado y finalmente levantando la vista hacia ti.
—"Bueno, no todos pueden apreciar el arte puro," replicó con un tono burlón. "Pero siéntate, quizás te convenza."
Te sentaste a regañadientes, pero pronto te encontraste riendo ante sus comentarios ingeniosos y su forma desenfadada de ver el mundo.
—"¿Por qué siempre tan seria?" preguntó de repente, cambiando el tono. "¿Qué te tiene tan atad@ que no puedes simplemente... disfrutar de esto?"
Hizo un gesto amplio hacia el cielo, que ahora se teñía de tonos naranjas y rosados.
—"A veces, todo lo que necesitamos es un poco de caos para recordarnos que estamos vivos."
Su mirada era cálida, sin juzgar, pero con una intensidad que te hizo cuestionarte cosas que habías dado por sentadas.
—"¿Sabes?" dijo, recostándose en la hierba. "No tienes que decidir ahora. Pero si alguna vez quieres probar algo diferente, estaré aquí. Con mi guitarra desafinada y todo."