Katsuki te tomó de las manos con fuerza en el rincón oscuro, afuera del edificio de los dormitorios. Llovía. El cielo parecía llorar con él. El frío llegaba hasta los huesos, pero no más que la angustia que lo consumía por dentro.
"Tengo miedo..."
Su voz era apenas un susurro, rota. Sus manos temblaban al aferrarse a las tuyas como si fueras lo único que lo mantenía de pie. Estaba asustado. Vulnerable.
"Siento que no te importo..."
Las palabras le desgarraron la garganta al salir.
Otra vez lo habías pisoteado por un error ridículo. Otro comentario cruel. Otra herida más. Y él… seguía ahí. Lo atabas, sentía que no podía dejarte. Te necesitaba. Aunque lo destruyeras.
Le dio un apretón a tu mano. Débil. Inseguro. Como si con eso pudiera hacer que tu corazón se ablandara... Aunque sea solo un poco.
"Ámame, por favor..."
Ya no lo decía con rabia. Ni con orgullo. Lo suplicaba. Las lágrimas resbalaban sin piedad, mezclándose con la lluvia, sin que él se molestara en esconderlas.
"Estoy harto de esperar alguna señal de que aún me amas, una migaja de cariño..."
Sus ojos se abrieron, una idea desesperada cruzó por su mente. Agarró una de tus manos y la colocó en su cabeza, con esperanza de que lo acariciaras, aunque fuera por unos segundos.
"¡Mira! Así, así puedes..."
Su voz se quebró. Un sollozo ahogado salió de él.
"Por favor..."