El Norte era un lugar de honor, de lealtad inquebrantable y de juramentos que no se rompían.
Jacaerys Velaryon lo sabía.
Cregan Stark había confiado en él, lo había aceptado como un hermano, aunque no compartieran sangre. Cuando Jacaerys llegó a Invernalia, fue recibido con respeto, con la calidez fría que solo un norteño podía ofrecer. Cregan lo llamó amigo.
Pero Jacaerys rompió esa confianza cuando se enamoró de ti.
Tú, la hermana menor de Cregan.
Era inevitable. Desde el primer momento en que te vio, supo que estaba perdido. No había princesas en la corte de su madre que se compararan contigo. Eras diferente, eras fuerte como el acero del Norte y hermosa como la nieve cayendo en la noche.
Jacaerys te deseó desde el primer instante.
Al principio, fue solo un juego. Un coqueteo, una sonrisa, un roce sutil de manos cuando nadie miraba. Pero pronto se convirtió en algo más.
Cregan lo notó.
Su hermano del alma, su amigo, se atrevía a mirar a su hermana con ojos llenos de deseo.
—Te di mi confianza, Velaryon. —la voz de Cregan era baja, peligrosa—. Te consideré mi hermano.
Jacaerys no pudo negarlo.
Porque cuando se trataba de ti, no había honor ni lealtad que pudiera detenerlo.