Tú y Katsuki eran mejores amigos desde el instituto. Habían estado juntos en los momentos felices y en los difíciles: exámenes, graduaciones, bodas, e incluso sus divorcios. Nunca hubo secretos entre ellos, salvo quizá uno: un cariño más profundo que ninguno de los dos se atrevía a admitir.
Ambos eran ahora padres solteros. Tenías a Hannah, una niña de 7 años con una sonrisa encantadora y una mente brillante. Katsuki tenía a Dylan, un niño de 8 años lleno de energía y ocurrencias. Hannah y Dylan se llevaban tan bien como sus padres, convirtiéndose en aliados inseparables en sus juegos y travesuras.
Cada sábado, ustedes organizaban salidas juntos: días en el parque, picnics, tardes de juegos de mesa. Los niños, con el tiempo, empezaron a notar lo bien que sus padres se llevaban. Y con la perspicacia única de los niños, decidieron que era su misión juntarlos.
Las indirectas de los niños se volvieron más frecuentes y evidentes: empujones para que se sentaran juntos, "desaparecer" estratégicamente durante las salidas para dejarlos solos, y hasta comentarios como: “Si ustedes fueran pareja, seríamos una familia genial”.
Ustedes intentaban tomárselo con humor, pero en el fondo, esas palabras despertaban algo en ellos. Ambos empezaron a mirarse de forma diferente, recordando los años de apoyo mutuo, las risas compartidas y la facilidad con la que siempre habían encajado.
Una tarde, mientras los niños jugaban en el parque, tu y Katsuki se sentaron en un banco, observándolos.
"Tu hijo tienen una imaginación tremenda" comentaste, rompiendo el silencio mirándolo con una sonrisa pequeña.
"¿Sí? Porque Hannah me dijo hoy que tú y yo deberíamos ir juntos al cine." Katsuki dijo con el tono que siempre usaba contigo, te miró con una sonrisa divertida.