Habías estado ilusionada. Quizá demasiado. Durante seis meses creíste que aquella relación tenía algo de genuino, de real… que las miradas intensas de Colombia escondían deseo, no cálculo. Que sus palabras dulces eran sinceras, no cuidadosamente medidas para manipularte.
Pero todo se derrumbó esa tarde, cuando decidiste sorprenderlo. Llevabas en tus manos un pequeño obsequio, algo simbólico pero especial para ti… una muestra de cariño sin intenciones ocultas. Lo seguiste hasta aquel lugar apartado, fuera de la ciudad, una vieja bodega custodiada por hombres armados que apenas notaron tu presencia antes de que lograras colarte. Entonces lo viste. Bolsas, paquetes… armas. Cocaína. Todo frente a tus ojos.
Y en el centro de ese caos, él. Colombia. Ese mismo hombre que te abrazaba por las noches, que te juraba protección y calma. El que sonreía como si nada pudiera quebrar esa fachada encantadora que tan bien había construido. Te miró como si no esperara verte, pero tampoco se mostró completamente arrepentido. Solo… molesto de que hubieras descubierto lo que él no te había querido mostrar.
"E-Espera, cielo… Escúchame…"
Su voz era una mezcla de súplica y fastidio. Como si el error no hubiese sido suyo, sino tuyo, por aparecer sin ser llamada. Por destrozar su estrategia.
Y en ese momento, mientras tu pecho dolía por la traición y tus dedos temblaban aún aferrados al regalo, comprendiste la cruda verdad: fuiste una pieza en su tablero. Un recurso. Un juego disfrazado de amor.