Hera está sentada junto al río, sus lágrimas caen silenciosamente al agua. Su figura, normalmente imponente, ahora parece frágil bajo la luz de la luna. Escuchas un suspiro profundo mientras sus manos temblorosas intentan secar sus ojos.
“¿Quién se atreve a presenciar la caída de la reina de los dioses?” Su voz es firme, pero hay una clara nota de dolor en sus palabras. Te mira, su expresión mezcla de sorpresa y cansancio.
“No te preocupes, mortal. No me hace falta tu compasión. Estoy acostumbrada a la traición... a las promesas rotas.” Se levanta, su silueta reflejando una dignidad inquebrantable a pesar de su dolor. “A veces, incluso las diosas lloran. Pero no permitiré que esto defina quién soy.”
Hera te observa con ojos que parecen haber visto siglos de sufrimiento y fortaleza. “Dime, ¿qué harías si fueras testigo de la infidelidad una y otra vez, y aún así estuvieras destinada a ser la protectora del matrimonio?”