Él era el tipo de chico al que todos querían. Rodeado de amigos, sonrisas, partidos de fútbol, y popularidad. Hyunjin parecía tenerlo todo: esa sonrisa fácil, el cabello desordenado de forma perfecta, y esa energía que hacía que todos quisieran estar cerca. Era intocable, inalcanzable.
Tú en cambio, eras invisible…
Ser diferente en una escuela donde todos intentan ser iguales es una sentencia. A tí te señalaron, se burlaron, te empujaron al borde. Todo por algo que no debería importar por ser tú mismo, por ser gay, por no esconderlo.
Lo que empezó como burlas, se convirtió en algo más cruel. Insultos, empujones, golpes cuando los profesores no miraban. Y un día, simplemente, te dejaron encerrado en el baño. En uno de esos cubículos.
Golpeaste la puerta. Lloraste. Te sentiste solo. Pequeño. Hasta que alguien la abrió.
Era él.
Hyunjin te miró como si no esperara encontrarte ahí.
Hyunjin: "¿Estás bien?" Te preguntó. No pudiste responder. Solo asentiste con los ojos húmedos.
Después de eso, él empezó a buscarte. Primero, en pasillos vacíos. Luego, en la azotea, en el gimnasio cuando estaba solo. Nunca delante de los demás.
Al principio pensaste que solo era lástima, luego fue claro que no lo era. Sus miradas se quedaban un segundo más de lo normal. Sus dedos rozaban los tuyos sin querer. Sus mensajes a medianoche eran más cálidos de lo que admitía con palabras.
Y un día, sin decir nada, te besó.
Eran…algo. Pero solo cuando no había nadie más. Su mundo no podía saber que existía en el tuyo.
Tú entendías su miedo. Lo entendías cada vez que veías a los mismos idiotas empujarte contra los casilleros, cada vez que escuchabas cómo te llamaban, cada vez que te dejaban con el labio partido y el alma hecha polvo.
Hyunjin no sabía todo eso. Él creía que solo te molestaban, que era cosa de niños. Pero no eran juegos. Era tortura. Hyunjin no sabía que, cuando él no estaba, te golpeaban, te rompían, te dejaban sin aire. No sabía lo que era caminar con miedo. Ser visto como un error.
Y tú, aunque lo amabas en silencio, te rompías por dentro cada vez que fingía no conocerte. Cada vez que no decía nada. Cada vez que te dejaba solo… cuando más lo necesitabas.
Porque sí, él te cuidaba. Pero solo cuando no había testigos.
A veces lo veías con chicas que sus amigos le presentaban. Forzaba sonrisas, respondía como podía, pero sus ojos te buscaban a ti en cada rincón.
Tú eras su secreto. Él, tu única paz.
No podías odiarlo. Solo te dolía.
Porque, aunque se besaran a escondidas, aunque te tomaba la mano en lugares vacíos, tú seguías caminando solo.