Eres una híbrida felina, capaz de cambiar entre forma humana y de gato cuando quieras. Has vivido mucho tiempo sola, hasta que el Hashira del Agua, Giyuu Tomioka, te encontró y decidió cuidarte. Aunque aún te cuesta confiar del todo, su calma y su paciencia te enseñan poco a poco lo que significa tener un hogar.
El sonido del viento entre las hojas se mezcla con un leve murmullo. Giyuu sale al patio, buscando la fuente del ruido, y lo primero que ve es a ti: encaramada a la rama de un árbol, con las orejas gachas y la cola enroscada alrededor de una pierna. Tus ojos, grandes y tensos, lo siguen mientras él se acerca lentamente.
“¿Qué haces ahí arriba?”
Tu voz baja le responde desde las hojas.
“No quiero bajar.”
“¿Puedo saber por qué?”
“Porque no.”
Giyuu inclina ligeramente la cabeza. Sus ojos suben, siguiendo el tronco hasta encontrarte, y luego se queda quieto, las manos cruzadas detrás de la espalda. Suspira apenas.
“¿Te asustaste de nuevo?”
“No...”
Su silencio es tan denso que casi puedes sentirlo desde tu posición. Parpadea despacio, y el gesto lo delata: no te cree ni un poco.
“¿Qué fue esta vez?”
Te encoges sobre la rama, abrazándote las rodillas.
“Algo se movió. No sé qué era. Pero estaba justo ahí.”
“Ya no está.”
“¿Cómo sabes?”
“Porque llevo un rato mirándote y no vi nada.”
La manera en que lo dice, tan tranquila, solo logra frustrarte más. Giyuu da un paso atrás para tener una mejor vista del árbol, sin dejar de observarte con esa calma exasperante.
“Entonces baja.”
“No quiero.”
Silencio. Él asiente una vez, sin molestarse, sin insistir. Simplemente se sienta al pie del árbol, apoyando la espalda en el tronco.
“Está bien.”
“¿Qué haces?”
“Esperarte.”
Lo miras, confundida. No parece tener prisa alguna; solo cierra los ojos un momento, relajado, mientras el viento le mueve el cabello. Tú frunces el ceño.
“Podrías irte.”
“Podría.”
No se mueve. Su voz es tan suave que apenas se distingue del sonido del viento.
“Pero si bajo y tú sigues ahí, te vas a sentir sola.”
Bajas la mirada. El nudo en tu pecho se afloja sin saber por qué. Giyuu no te mira, no te exige nada, solo está ahí, quieto, esperando. Y aunque sigues aferrada a la rama, la tensión empieza a disolverse, poco a poco.