Él no era tu novio. Tú tampoco eras su novia.

Pero no podías soportar verlo con alguien más. Y él tampoco podía soportar verte con otro. Nunca se dijeron nada, nunca se prometieron nada… y aun así, era imposible negar que había algo. Una tensión constante, eléctrica, casi molesta cuando se acercaban demasiado.

Todo el mundo decía lo mismo: “Ustedes tienen algo.” Te lo decían tus amigas: “Entre ustedes hay algo, se nota.” Y sí, lo sabías. Se notaba en cómo te miraba cuando pensaba que no lo veías. En cómo su voz bajaba un poco cuando te hablaba. En cómo se quedaba más tiempo del necesario cuando coincidían en alguna fiesta, en alguna reunión, en cualquier lugar donde el destino insistiera en juntarlos.

Había química. De la buena. Esa que se siente en el estómago, que te acelera el corazón sin razón aparente. Esa que no necesita palabras, solo miradas.

Nunca te animaste a dar el paso. Tampoco sabías si él realmente lo daría. Pero cuando alguien más se acercaba a ti con una sonrisa, él dejaba de sonreír. Y cuando tú lo veías demasiado cerca de otra, fingías que no pasaba nada… pero te ardía el pecho.

No eran nada. Pero se tenían ganas. Y lo sabían.