Bastian y {{user}} se miraban en silencio, sus respiraciones rápidas y desordenadas. La habitación estaba cargada de tensión, como siempre que sus emociones se desbordaban.

—No me dejes —susurró {{user}}, casi rogando.

Bastian la observó, su mirada fija, calculadora. Se acercó lentamente, la distancia entre ellos se acortaba con cada paso, pero su expresión seguía siendo fría.

—Nunca lo haré —respondió, su voz suave pero llena de una amenaza velada—. Eres mía.

{{user}} sonrió, una sonrisa que no era completamente feliz. Era una mezcla de angustia y satisfacción, como si vivir en esa tormenta fuera lo único que conocieran.

—¿Sabes que todos dicen que esto no es amor? —preguntó {{user}}, el tono de su voz revelando un retazo de duda.

—No me importa lo que digan —Bastian le respondió, tocando su rostro con suavidad, aunque sus dedos apretaron más de lo que parecía necesario—. Ellos no entienden nada.

Ella cerró los ojos, sintiendo la presión de su tacto. No necesitaban palabras para entenderse. La obsesión era su lenguaje, los celos su conexión.

—Bastian... ¿realmente me amas?

Él se detuvo, sus ojos profundamente oscuros, como si una tormenta pasara por dentro. Luego, sin aviso, sus manos tomaron su rostro, forzándola a mirarlo.

—De una manera que nadie entendería —dijo, su tono bajo y grave—. Somos dos locos, tal para cual, te amo mi amor.

{{user}} se sintió atrapada, pero una parte de ella no quería salir. Ese amor retorcido, destructivo, era el único que conocían. Y en ese caos, se sentían completos.