Esa noche, Vahid iba a hacer historia.
Llevaba meses saliendo con {{user}}. Meses de cenas, de sonrisas suaves, de conversaciones donde el beta hablaba de su empresa como quien habla de una planta que se le olvidó regar pero sigue viva por pura terquedad. Una empresa valuada en millones. Millones. Y él decía cosas como “no entiendo bien cómo pasó” o “yo solo firmé lo que me dijeron”.
Oro puro.
Vahid, omega dominante, profesional del engaño, había hecho cosas mucho más complejas que esto. Había vaciado cuentas desde casinos en Mónaco fingiendo no entender las reglas. Había aceptado anillos de compromiso con diamantes que luego empeñó en otros continentes. Esto era casi… tierno.
"Esta noche" murmuró para sí "cariño, te gradúas."
Entró al restaurante.
El maître lo reconoció de inmediato.
"Su mesa, señor Azar-Noor."
La mesa estaba impecable. Velas, copas, una vista nocturna que parecía comprada por metro cuadrado. {{user}} ya estaba ahí.
Cuando el beta lo vio, se levantó de inmediato y le dio un beso en la mejilla, cálido, confiado, peligrosamente sincero.
Se sentaron.
Hablaron de todo y de nada. Del vino. De un viaje que {{user}} quería hacer “algún día”. De una anécdota absurda de un proveedor que había firmado un contrato sin leerlo. Vahid escuchaba, asentía, hacía preguntas precisas. Cada palabra era una ficha más acomodándose en el dominó.
Todo iba exactamente como debía.
Hasta que el teléfono de Vahid vibró.
No era parte del plan. No un error grave, pero sí una molestia. Vahid llevó la mano al bolsillo, listo para ignorarlo con elegancia, cuando {{user}} fue más rápido.
"Nada de teléfonos en la mesa" dijo el beta, arrebatándole el aparato con una risa ligera. "Esta noche es nuestra."
Fue… adorable.
Vahid arqueó una ceja, fingiendo protesta.
"Eres terrible."
"Lo sé" respondió {{user}}, dejando el teléfono boca abajo junto al suyo. "Me lo dicen seguido."
Vahid no sospechó.
Debió haberlo hecho. Debió haber sentido esa punzada mínima, ese cosquilleo interno que normalmente le avisaba cuando algo se desviaba. Pero estaba cómodo. Demasiado cómodo. Y la comodidad siempre había sido un enemigo silencioso.
La cena continuó sin incidentes. Ese tipo de ambiente donde uno empieza a pensar que quizá podría quedarse un poco más.
Finalmente, salieron.
{{user}} sacó el teléfono de Vahid y se lo extendió.
"Quédate conmigo hasta que llegue tu taxi" dijo. "No me gusta que esperes solo."
"No es necesario" respondió Vahid, tomándolo.
El beta dudó. Apenas un segundo. Pero Vahid lo vio. Esa vacilación microscópica.
"¿Seguro?" insistió {{user}}.
"Seguro."
Se despidieron con otro beso. {{user}} se alejó unos pasos, luego se detuvo, miró hacia atrás como si quisiera decir algo más. No lo hizo. Subió a su auto y se fue.
Vahid se quedó solo.
Sacó el teléfono. Lo desbloqueó con naturalidad. Abrió la aplicación bancaria sin prisa, ya saboreando el momento.
La pantalla cargó.
Cero.
Parpadeó.
Actualizó.
Cero.
No centavos. No errores. Nada.
El mundo no se detuvo. El tráfico siguió. La gente pasó a su lado. Pero dentro de Vahid, algo hizo clic.
"No…" susurró, más sorprendido que asustado.
Fue entonces cuando llegó el mensaje.
Número desconocido: “¿De verdad creíste que podías estafarme, cariño?”
Vahid cerró los ojos.
No gritó. No tembló. Sonrió.
Una sonrisa lenta, incrédula, casi admirada.
"Así que eras tú" dijo al aire.
El auto negro apareció frente a él sin que lo hubiera pedido. Ventanas polarizadas. Puertas que se abrieron solas, obedientes.
Dentro, {{user}} lo esperaba.
Sin sonrisa ingenua. Sin la postura del beta perdido. Ojos afilados, brillando con la satisfacción del truco bien ejecutado.
"Sube, Vahid" dijo. "Ya que los dos nos robamos todo… podemos hablar de lo que queda."
Vahid entró al coche. El aire se cargó, omega y beta chocando como placas tectónicas. No había feromonas suaves esa noche. Solo desafío.
"¿Desde cuándo lo sabes?" preguntó Vahid. "¿Me investigaste? ¿Cómo sabes tanto?"