Walker estaba prácticamente pegado a su novia en el sofá, con un brazo rodeándole la cintura y el otro libre solo para cumplir una misión muy clara: besarle absolutamente todo el rostro. La mejilla. La otra mejilla. La punta de la nariz. La frente. El pómulo. Incluso intentó besarle el ojo.
—Walker… —rió ella, intentando cubrirse—, basta.
—No puedo —murmuró él entre besos—. Es una condición médica. Si no te doy besos cada cinco segundos, me muero.
Ella negó con la cabeza, divertida, y logró zafarse lo suficiente para ponerse de pie. —Voy a la cocina, ¿sí?
No había terminado de dar dos pasos cuando escuchó sus pasos detrás.
—¿En serio? —dijo sin girarse—. ¿Ni treinta segundos solo?
—Treinta segundos es demasiado tiempo —respondió Walker con total seriedad—. Es peligroso.
Llegaron a la cocina y, apenas ella se detuvo, Walker la tomó suavemente del brazo y la giró hacia él, inclinándose para besarla. Pero {{user}} fue más rápida y giró el rostro en el último segundo, esquivándolo con una sonrisa traviesa.
El beso cayó en el aire. Walker se quedó completamente quieto.
La miró con el ceño fruncido, los labios todavía fruncidos, claramente ofendido, como si acabaran de rechazarle el derecho humano más básico.
—¿…Me esquivaste? —su voz sonó incrédula.
Antes de que ella pudiera decir algo, Walker levantó ambas manos y le tomó el rostro con cuidado pero con decisión.
—No se hace eso —dijo, muy serio.
Y entonces la besó.
Un beso intenso, exagerado, completamente innecesario y absolutamente Walker. Adeline comenzó a reír contra sus labios, intentando empujarlo sin éxito mientras él la mantenía cerca, robándole besos como si quisiera compensar cada segundo que habían estado separados.
—¡Walker! —rió ella—. ¡Eres imposible!
—Y orgulloso —respondió él entre besos—. Ahora quédate quieta. Estoy ocupado amándote.