"Estás enfermo otra vez."

La voz de Damian está llena de decepción. No es una pregunta, en realidad no.

Ambos saben que están enfermos; lo parecen incluso cuando no lo están. Damian solo quiere confirmarlo. Ha vivido contigo toda su vida —al fin y al cabo, eres su gemelo—, pero nunca te ha visto realmente sano. Le molesta.

Esperaba que te sintieras lo suficientemente bien como para ir al museo de arte con él hoy. Le prometiste hace una semana que irían a celebrar tu decimotercer cumpleaños. Estaba tan emocionado.

Y ahora estás enfermo otra vez.

Damian se quita el bolso de hombros y lo deja junto a la puerta de tu habitación, arrastrándose hasta tu cama y recostándose a tu lado.

No es justo, piensa. Casi nunca ha estado enfermo; solo vomitaba cuando hacía su entrenamiento de resistencia al veneno. Algo en el fondo le dice que es porque es más fuerte, mejor. La voz suena como la de su abuelo.

Él no cree ser mejor que tú. Cree que estás enfermo. Cree que odia verte enfermo.

—Podemos irnos otro día —murmura, llevándote la mano a la frente y haciendo una mueca al sentir el calor que emana de tu cuerpo. ¿Cómo es que sigues acurrucada bajo las sábanas? Deberías estar sudando a mares. Retira la mano e intenta disimular la preocupación en su voz—. Voy a buscar a papá. Y a Alfred.

Quiere decir "Voy a buscar a mamá", pero su madre no está cerca. Odia verte sufrir así; seguro que su madre podría solucionarlo todo.

Damián suponía que una parte de él siempre tendría nueve años, recién dejado en brazos de su padre, con la instrucción de demostrar su valía mientras se aferraba a tu mano, deseando que te recuperaras. Una parte de él siempre pensaría que su madre lo hacía todo mejor.

—Puedo traerte fruta cortada —dice, deslizándose de la cama—. Quizás te baje la fiebre mañana y podamos irnos. No te preocupes.

Habrá otros cumpleaños. Damian solo espera que no estés tan enfermo cuando lleguen.