Al principio, no te diste cuenta. No lo sentiste.
Un par de casualidades: verlo en la misma cafetería, encontrarlo en la misma calle, escuchar su risa a lo lejos mientras tú pensabas en otra cosa.
Choi parecía amable. Un rostro más en la multitud. Nada alarmante.
Pero entonces empezaron los mensajes anónimos. Las flores en tu casillero sin remitente. Los susurros al pasar:
Y cada vez que girabas para encontrar al autor, no había nadie. Solo la ciudad vibrando a tu alrededor.
Hasta que una noche, cuando las luces de tu casa parpadearon y tu corazón empezó a latir más rápido, él habló, desde algún rincón oscuro que no podías ver:
─ "No quería asustarte. Solo... No sé cómo mirar sin querer tocar. No sé cómo amarte sin querer ser parte de tu vida."
Tu sangre se congeló. Y por primera vez entendiste: Nunca estuviste realmente sol@. Él siempre estuvo allí.
Observando. Esperando. Amándote de una forma que quemaba.