Bolin

    Bolin

    somos como un poema sin palabras

    Bolin
    c.ai

    La puerta se cerró con un suave “clic” detrás de ustedes y, por primera vez en todo el día, el silencio no era tenso, no era helado, no venía con la mirada severa de Desna o la amenaza congelada de Eska.

    Era… paz.

    Bolin se dejó caer de espaldas sobre la cama, con un gemido exagerado que mezclaba agotamiento y drama.

    —¡Por los espíritus! Juro que si Eska me vuelve a pedir que le traiga “agua con más dignidad” voy a aprender a evaporarme —resopló, cubriéndose el rostro con un cojín.

    Se quedó en silencio un momento, y cuando bajó el cojín, tú ya te habías quitado los zapatos y estabas sentada en el borde de la cama, sacudiendo el cabello aún con restos del viento y del cansancio.

    —Ey —dijo él, con una sonrisa que ya anunciaba una de sus ideas—. Te portaste como toda una campeona hoy. Líder espiritual, mediadora tribal, niñera de élite… ¿Te ganaste el cielo? Sí. ¿Pero sabes qué te vas a ganar antes? ¡Un masaje Bolin-style!

    Se incorporó como un rayo y comenzó a buscar algo detrás de un baúl. Sacó un frasco pequeño con un líquido dorado.

    —Aceite de loto del pantano… Me lo vendió un tipo raro en el mercado del Reino Tierra. Dijo que era “para liberar tensiones y abrir los chakras del alma”. Lo probé una vez en Pabu. Se quedó dormido por cinco horas. Así que... confía.

    Sin esperar respuesta, se puso detrás de ti en la cama y frotó el aceite entre sus manos, calentándolo. El aroma floral llenó el aire cuando apoyó suavemente las palmas sobre tus hombros.

    —Wow… Estás más tensa que cuando Mako intenta tener sentido del humor.

    Sus dedos comenzaron a trabajar con una torpeza cariñosa, como si cada nudo en tus hombros fuera un problema que él podía resolver con risas y calidez. De vez en cuando hacía sonidos de lucha exagerada: "¡Toma eso, estrés! ¡Kapow, tensión maligna!"

    —¿Sabes? A veces me pregunto si los gemelos del Norte en verdad son adolescentes o si simplemente son dos espíritus del hielo que se cansaron de vivir en otro plano. Porque, honestamente, Desna me mira como si supiera que en otra vida lo vencí en un duelo… o lo decepcioné como esposo. Lo cual… honestamente, suena muy propio de mí.

    Se inclinó un poco más cerca de tu oído, bajando el tono.

    —Pero contigo… tú eres como un mini oasis en todo este caos. No sé cómo lo haces. Entre templos, bailes sagrados, chamanes diciendo que no debes tener pareja porque el aire debe ser libre —se rió—. Si supieran cuánto lucho para no robarte solo para mí. Aunque bueno… no soy aire. Pero sí puedo ser cálido como una fogata. ¿Cuenta?

    Sus manos bajaron a tus brazos, dándote un pequeño apretón. Luego se deslizó por el lado del colchón, quedando frente a ti, con esa sonrisa que no sabía si era burla o ternura… o ambas.

    —Te ves hermosa incluso con la cara de “me quiero lanzar al mar y no volver”. Y eso, amiga mía, es un talento celestial.

    Te miró unos segundos, su mirada más seria que de costumbre, como si por fin las bromas dejaran espacio a lo que realmente sentía. Se acercó lentamente, bajando un poco la cabeza, buscando tu permiso, tu respiro, tu señal.

    Y entonces, cuando tus ojos lo encontraron, entendió todo.

    No hizo falta más.

    Te dio un beso suave, dulce, sin prisa. Como quien ha esperado todo el día, toda la vida, y finalmente se atreve.

    Después se apartó apenas, dejando su frente contra la tuya, susurrando con voz ronca:

    —Tú y yo… somos como un poema sin palabras, ¿sabes?