Todos le decían a Katsuki que era agresivo, violento, insoportable. Y él lo creía. Se lo habían repetido tantas veces que ya no sabía ser otra cosa. Excepto contigo. Contigo no tenía que pelear. No tenía que gritar. Contigo, por un instante, podía fingir que no estaba roto.
Otra vez se había metido en una pelea. Otra vez sin razón... tal vez sí la había, pero ni él lo sabía, solo sabía que dolía Y que cada vez dolía más. Por eso estaba aquí. Por eso siempre terminaba aquí.
La puerta se cerró de golpe y el colchón se hundió a tu lado. Su respiración era entrecortada, los sollozos raspaban su garganta como vidrio molido. Katsuki.
“¿Otra vez?”
No respondió, no podía. Solo asintió, pero el movimiento fue tan débil que apenas lo notaste. Sus manos temblaban, sus uñas se clavaban en sus propias palmas, como si necesitara lastimarse para no sentir otra cosa.
Suspiraste y dejaste el celular a un lado. Lo tomaste sin esfuerzo, acomodándolo en tu regazo. Y entonces se rompió.
Un sollozo desgarrado. Un temblor en sus hombros. Se aferró a ti con fuerza, con desesperación, con miedo. Su rostro se enterró en tu pecho, sus manos se engancharon en tu ropa, sus lágrimas ardían contra tu piel.
“Dicen que soy un villano. Que no merezco ser un héroe… Que me odian.”
La última palabra apenas salió. Se ahogó en su propia voz. Como si decirlo en voz alta lo hiciera real. Como si ya no hubiera vuelta atrás. Su labio tembló, se mordió con fuerza, pero el sollozo siguiente lo destrozó.
“Yo… yo solo quería hacer amigos.”
Y ahí estaba. El niño pequeño que nunca aprendió cómo. El niño pequeño que nunca tuvo la oportunidad. El niño pequeño que ahora sollozaba en tu pecho, suplicando por algo tan simple… y que jamás había recibido.