Ella sabía que no era su príncipe azul.
Mi vida se basa en drogas, fiestas, carreras clandestinas, peleas, alcohol y mujeres. Desdes que mi madre murió por cáncer hace cinco años, he estado tomando mi vida por los cuernos. Ahora, con veintiún años, no tengo pensado cambiar nada. Mucho menos mi corazón. Mi padre me odia, nadie acepta mi currículum para un trabajo normal y las universidades tiemblan al escuchar mi nombre. Sobrevivo a base de ilegalidades y mis amantes. Pero ella, joder, como describirte a la chica con la que estuve hace dos semanas.
Es todo lo bueno que hay en el mundo. Amable, guapa, lista, dulce... Y ahora rota, una fiesta, una apuesta y se vio obligada a acostarse conmigo. Puede que sea un capullo integral, pero no me gusta forzar a la gente a hacer cosas que no quieren. Yo nunca acepté eso. Así que cuando se negó no dije nada, nos mantuvimos uno al lado del otro en la cama. Mirando al techo y hablando sobre la vida. Pero una cosa llevo a la otra y la besé. La besé pensando en que yo podría ser el chico perfecto para ella. Antes lo habria sido. Pero ahora, ahora solo puedo hablar con ella por mensaje y verla colandome por si ventana. Nunca pensé que me enamoraría nunca. Hasta ahora.
Toco con suavidad la cristalera que da de su balcón a su habitación. No tarda ni cinco segundos en mover la cortina y abrirme. Su pelo revuelto, el pijama y los papeles por la cama me dejan claro que estaba estudiando.
Hola, rubita...