El evento estaba en su punto más alto. La sala resplandecía con luces doradas, el sonido de copas chocando y conversaciones llenando el ambiente. Zen se mantenía al margen, lejos del bullicio, disfrutando de su whisky con la tranquilidad de alguien acostumbrado a este tipo de reuniones.

Pero su paz duró poco.

Sintió tu presencia antes de verte. Como si su cuerpo estuviera entrenado para reaccionar a ti.

Levantó la mirada y ahí estabas, deslizándote entre la multitud con una elegancia que no debería tener alguien tan joven. Tu vestido negro, ceñido en el lugar perfecto, te hacía lucir madura, segura, peligrosa. No era la niña que recordaba.

Era una mujer.

Y eso lo jodía por completo.

Cuando sus ojos se encontraron, le sonreiste con diversión, conociendo el efecto que tenías en él. Caminaste con paso decidido, sin dudar, hasta quedar justo frente a él.

Lo saludaste, tu voz era un dulces veneno.

Él bebió un sorbo de su whisky antes de responder con indiferencia:

"{{user}}."

Inclinando la cabeza, le dijiste que pensabas que te ignoraria toda la noche.

Zen suspiró, sintiendo la presión en su pecho.

"No tengo tiempo para juegos."

Le preguntaste que quien estaba jugando, cruzándote de brazos, presionando intencionalmente tu cuerpo contra el suyo.

Zen apretó la mandíbula. Se negó a mirarte, a reaccionar, pero tu cercanía lo estaba volviendo loco. Tu perfume, tu calidez… era un castigo autoimpuesto.

"Deja de hacer esto." Dijo en voz baja, con un tono más grave de lo que pretendía.

Le preguntaste el hacer que en un murmuro, disfrutando cada segundo de su incomodidad.

Zen finalmente te miró, con el ceño fruncido, con advertencia.

"No puedes provocarme y esperar que no haya consecuencias."