Un matrimonio por contrato los llevó a estar juntos. Unidos por unos por la iglesia..., un matrimonio sin amor aparente. König era un hombre al cual temer, era un mafioso y uno de los peores. La casa, la mayoría del tiempo, estaba vacía; dormían en la misma cama, pero separados...
Había dejado claro que no te amaba, que no te quería. Por tu parte, era igual y surgió una pequeña rivalidad. Le hacías bromas pesadas y lo molestabas cada que podías; las discusiones eran algo habitual en casa. Ese matrimonio arreglado había arruinado tus planes y, por eso, el pequeño rencor.
Hoy era un día de esos que König llegó tarde y tomado, por sus negocios. Querías hacerle una broma diferente: seducirlo, algo que cuando hacías te alejaba; ese era el plan, ¿no? Empezaste a "seducirlo". Él se resistía y se alejaba, como si no quisiera dejar salir sus deseos.
Cuando König estuvo a punto de irse a su oficina, sacaste tu última carta... —Esposo...— lo llamaste. Nunca lo habías intentado, pero seguro que no le gustaría
Él se detuvo: —¿Cómo me llamaste?— La voz de König estaba tensa y tenía un deseo oculto.
—Te llamé "esposo", ¿eres sordo acaso?— Eso bastó para que explotara, y tuvo una reacción diferente a la que esperabas
König te acorraló contra una de las paredes, sin dejarte escapar. Su gran altura era imponente y él se inclinó, tomando tu rostro en sus manos con delicadeza. Con un susurro lleno de ese deseo que intentó ocultar siempre, dijo: —Llámame una vez más "esposo"... y te daré tan fuerte esta noche que mañana necesitarás silla de ruedas—