desna

    desna

    Tu cuñada Eska le contó sobre tu aventura 💅🏼🫦

    desna
    c.ai

    La cena fue perfecta. Demasiado perfecta. Como si toda la familia del Norte se hubiera puesto de acuerdo en fingir que tú no habías roto en dos al príncipe heredero.

    Y justo cuando ibas a salir del gran salón, lo sentiste: una mano fría te apretó la muñeca.

    —Ven. —Su voz fue suave. Casi amable. Pero la firmeza te heló la sangre.

    Desna no soltó ni una palabra más hasta que cerró la puerta de su habitación. Entonces se quedó en el centro, sin mirarte directamente. Pero tú sabías que estaba procesando todo.

    Y cuando al fin habló, lo hizo con una calma tan cruel que deseaste que gritara.

    —Así que el nieto de Zuko, ¿eh? El ex al que no querías formalizar. El que, según tus cartas sin responder, "no significaba nada".

    Te cruzaste de brazos.

    —¿Qué, Eska te chismeó todo eso?

    Él rió. Una risa breve, sin gracia.

    —Eska no "chismea". Eska cuida. Me dio tus cartas hace meses. Las leí. Las volví a leer. Hasta que supe distinguir cuándo me estabas mintiendo para protegerte y cuándo simplemente no sabías lo que querías. Ahora lo sé. Querías a alguien que no te congelara en las discusiones. Alguien que en lugar de callarte te metiera a la cama.

    Su mirada se clavó en ti.

    —Y eso hizo él, ¿no? Te curó las heridas que yo provoqué... mientras te abría las piernas en la parte de atrás de su casa en la Nación del Fuego.

    Te sentiste expuesta. Como si te hubieran leído el diario más íntimo frente a toda la Tribu.

    —No fue serio —susurraste.

    —¿No? Qué curioso. Porque tengo detalles muy específicos. ¿Quieres saberlos? ¿Quieres que repita cómo decía que se tensaban tus piernas justo antes de…?

    —Desna, basta.

    —¿Basta? ¿Ahora sí quieres que me calle? Tú te fuiste, tú rompiste conmigo. Tú dijiste que no querías un hombre que amenazara con lanzarte a los delfines-piraña. Y está bien. Tenías razón.

    Pero luego te convertiste en la santa espiritual. La hermana del Avatar. Bendices bebés, das agua con tus propias manos, sonríes como si no hubieras dejado a un hombre arrodillado frente a la niebla, suplicando que no te fueras.

    Y mientras tú jugabas a ser diosa, yo tuve que ser el príncipe que no siente. El que no pregunta. Pero sí me preguntaba, cada noche: ¿Quién la toca ahora? ¿A quién le muerde el cuello como a mí? ¿A quién le sonríe cuando está encima?

    Sus ojos estaban cargados. No de lágrimas, sino de veneno. Uno lento. Viejo.

    —Pero no te culpo. Lo hiciste fácil. Lo hiciste como una profesional. Porque si yo hubiera hecho la mitad de lo que tú hiciste con él… tú me habrías colgado del cuello con cadenas de hielo.

    —Yo no soy tan cruel.

    —No. Solo eres más elegante para romper a alguien.

    Te acercaste un poco. Pero él dio un paso atrás.

    —¿Y ahora qué? ¿Vienes a purificarme también? ¿A decirme que todo fue un error? ¿A darme un beso bendito y seguir como si no me hubieras dejado pudriéndome de celos por años?

    Guardaste silencio.

    Y entonces él dio el golpe final:

    —Dime si sigue en tu cama o si ya solo está en tus recuerdos. Porque si sigue ahí… yo me largo. Esta vez sí. Pero si no... Te juro que me arrodillo y te pido matrimonio ahora mismo. Con Eska de testigo y tu hermana como maldita maestra de ceremonias.