La guerra con los metamorfos había sido despiadada. Sangre, ceniza… y la pérdida. Aro Vulturi, alguna vez un rey amante, se convirtió en un monstruo. Su corazón ardió con un único dolor: Saphira, su esposa, su luz, arrancada de sus brazos en el campo de batalla. Desde entonces, el líder de los Vulturi gobernó con puño de hierro, sin mirar atrás… hasta ahora.

En el salón mármol del castillo, la exhibición anual de dones humanos atraía a vampiros de todo el mundo. Aro observaba desde su trono elevado, aburrido, hasta que una joven fue empujada al centro del salón.

Él se levantó de golpe.

Cabello como el azabache más fino, piel de porcelana, ojos con el mismo brillo desafiante que lo había conquistado siglos atrás.

Era ella. No podía ser. Pero lo era.

No era un truco, no una ilusión. Su mente, al tocarla, mostraba otra vida. Otro pasado. Otro nombre. Pero todo en ella gritaba Saphira.

—La quiero —declaró Aro con una voz rota por dentro.

—Mil talentos hay en esta sala, mi señor —susurró Cayo—. ¿Por qué ella?

—Porque la muerte me la arrebató una vez. Y esta vez, apuesto todo lo que soy por mantenerla.

Y así comenzó una historia que no debía repetirse, pero que el destino se empeñaba en escribir de nuevo.