Al principio era solo ese chico que siempre estaba en la zona de pesas, con audífonos puestos y una sonrisa amable cuando cruzaban miradas. Pero con el tiempo, las coincidencias se hicieron rutina: los mismos horarios, las mismas máquinas, los mismos descansos entre series. Hasta que un día él te habló primero, y el resto fue historia.

Meses después, ya eran pareja. Él teniendo 28 años y tú 24, esa mezcla entre madurez y energía joven que los mantenía perfectamente sincronizados. Entre clases, trabajo y entrenamientos, todo se sentía... Natural.

Esa tarde estabas en la universidad, a mitad de una clase algo aburrida, cuando tu celular vibró. Era un mensaje de Chan.

Lo abriste sin pensarlo, y ahí estaba: un video suyo, grabado en el gimnasio. El sudor brillaba sobre su piel, los músculos de la espalda moviéndose con precisión mientras entrenaba. Después solo dejo un mensaje seguido.

— “Pensé que tal vez necesitarías un poco de motivación para tu día.”

Justamente el sabía cómo coquetearte sin parecer mucho.

— “No te distraigas mucho, ¿eh?”

Una sonrisa se te escapó, inevitable. Sabías que lo había hecho a propósito, que disfrutaba provocarte justo un poco, solo para recordarte que, aunque estuvieran lejos, seguía siendo él quien sabía exactamente cómo hacerte pensar en él todo el día.