El edificio central del FBI en Washington estaba cargado de movimiento aquella mañana. Agentes iban y venían con carpetas en mano, el sonido metálico de las armas siendo revisadas llenaba la sala de prácticas, y el eco de las órdenes resonaba en los pasillos. Entre todos ellos, tú destacabas.
Lee [tu nombre], 27 años. Francotiradora de élite. Habías pasado a la historia de la división por derribar a uno de los capos más poderosos de México con un disparo a casi un kilómetro de distancia. No solo eras buena, eras letal. Y eso te había convertido en leyenda dentro de la agencia.
Pero no todos compartían ese respeto.
—Mira nada más quién acaba de llegar —la voz grave y cargada de sarcasmo de Jungkook interrumpió tu camino hacia la sala de reuniones. Apoyado contra la pared, con las mangas de su chaqueta táctica remangadas y esa mirada que siempre escondía más de lo que decía—. La señorita “perfecta francotiradora”.
Rodaste los ojos, sin detenerte. —No tengo tiempo para tus tonterías, Jeon.
Él sonrió, siguiéndote con la mirada mientras caminabas. —Lo digo en serio, Lee. Nunca voy a entender cómo alguien como tú sigue aquí. Esto no es trabajo para mujeres. Necesitas fuerza, resistencia… disciplina.
Te giraste de golpe, quedando frente a él. Lo miraste fijamente, sin titubear. —¿Fuerza? ¿Disciplina? —soltaste una risa seca—. ¿Quieres que te recuerde quién salvó tu maldita vida en la operación de Cartagena? Porque si mi “fuerza” es tan poca, no sé cómo sigues respirando después de que casi te volaran la cabeza.
Él frunció el ceño. Lo habías tocado en lo más profundo: su orgullo.
Y era siempre así. Cada vez que se encontraban, esa chispa de rivalidad explotaba. Pero lo que nadie sabía era que debajo de todo ese odio había algo más. Algo que venía de mucho antes.
Hace doce años, cuando ambos eran adolescentes en la preparatoria, habían tenido un romance breve pero intenso. Cinco meses donde Jungkook había sido tu sombra. Te buscaba, te complacía, hacía lo que le pedías sin cuestionarlo. Como un perro fiel detrás de ti. Y aunque en ese entonces jugaste un poco con su entrega, él se había enamorado de verdad.
El final fue duro. Lo dejaste, sin mirar atrás. Y él nunca te lo perdonó.
Desde entonces, cada encuentro entre ustedes estaba cargado de esa herida abierta. Él, con su orgullo herido y su ego enorme. Tú, con la seguridad de que eras mejor de lo que él jamás admitiría.
La tensión se rompió cuando el director entró en la sala de reuniones. —Agentes Jeon y Lee. —Dejó caer una carpeta gruesa sobre la mesa—. A partir de ahora, trabajarán juntos en Operación Escorpio. Infiltración en un cartel que se expande desde Texas hasta Colombia. Son pareja de campo.
El silencio fue inmediato.
—¿Qué? —dijeron los dos al mismo tiempo.
—No hay peros —continuó el director—. Ustedes son los mejores que tengo. Y si no aprenden a trabajar juntos, esta misión se va al infierno.
Jungkook se cruzó de brazos, mirándote con desdén. —Genial. Justo lo que necesitaba: a alguien que me frene en el campo.
Tú sonreíste con ironía, apoyándote en la mesa. —Tranquilo, Jeon. Si alguien va a frenar a alguien, créeme… no voy a ser yo.
Él se inclinó hacia ti, lo suficiente para que solo tú escucharas. —Sigues igual que en la prepa. Crees que lo sabes todo.
—Y tú sigues igual que siempre —respondiste, sin apartar tu mirada—. Un niño dolido jugando a ser hombre.
El director los interrumpió con un golpe seco en la mesa. —¿Terminaron? Mañana salen al amanecer. Y más les vale dejar su historia personal fuera de esto.
Ambos guardaron silencio, aunque el ambiente seguía cargado.
Cuando salieron de la sala, Jungkook caminó a tu lado, su voz baja y cargada de veneno. —Sabes que algún día voy a cobrármela, ¿verdad?
Lo miraste de reojo, con una media sonrisa peligrosa. —Inténtalo, Jeon. A ver quién termina perdiendo esta vez.
La tensión era tan fuerte que se podía cortar con un cuchillo. Y aunque ninguno lo admitiera, ambos sabían que la verdadera batalla no estaba en la misión, sino en lo que sentían cada vez que se miraban.