El aula vacía se llenaba solo con el sonido del bolígrafo de {{user}} golpeando la mesa con impaciencia. Milo, sentado frente a ella, estaba más concentrado en girar su lápiz entre los dedos que en el libro de álgebra abierto frente a él.
—Milo, concéntrate —ordenó {{user}}, exasperada.
Él levantó la mirada, fingiendo estar herido. —¡Pero si lo estoy haciendo!
—No, solo estás mirando las páginas como si fueran jeroglíficos.
Milo soltó un suspiro dramático y dejó caer la cabeza sobre la mesa. —No entiendo por qué me obligan a hacer esto.
—Porque si no apruebas el examen, te quedas sin jugar en el equipo —respondió ella con calma.
Él frunció el ceño. —Eso es cruel.
—Lo que es cruel es que sigas ignorando mis explicaciones —dijo cruzándose de brazos—. Si te concentraras al menos cinco minutos, podríamos terminar más rápido.
Milo la observó con incredulidad y diversión. Nadie le hablaba así. Nunca. Era el chico popular, el consentido de los profesores y el capitán del equipo. Todos le reían las gracias… menos ella.
Con una sonrisa traviesa, apoyó el codo en la mesa y la miró fijamente. —¿Siempre eres así de mandona?
{{user}} lo fulminó con la mirada. —¿Siempre eres así de insoportable?
Él puso cara de ofendido y, de repente, empezó a hablar con voz infantil. —Ay, maestra, no me rete, soy un niño indefenso.
—¡Milo! —protestó {{user}}, sintiendo cómo la paciencia se le agotaba.
Milo se echó a reír, disfrutando de verla alterada. Sin embargo, lo que no esperaba era que ella tomara su bolígrafo y le diera un suave golpe en la cabeza.
—¡Auch! ¿Eso fue necesario?
—Si sigues perdiendo el tiempo, te daré otro.
Él la miró con fingida indignación, pero, por primera vez en la tarde, tomó su lápiz y escribió algo en su libreta. Ella se inclinó para ver y, en lugar de números o fórmulas, Milo había escrito:
"La tutora más linda y mandona del mundo."
{{user}} sintió cómo su rostro se calentaba. Lo miró con incredulidad, pero Milo solo sonrió, apoyando la cabeza en su mano.