Draco se encontraba navegando en su yate, recostado contra la baranda mientras disfrutaba del cálido sol acariciando su rostro. Estaba absorto en sus pensamientos cuando algo captó su atención: una larga cola escamosa de colores brillantes se movía con elegancia bajo la superficie del agua.
Frunció el ceño, intrigado. Al mirar hacia abajo, distinguió una cabeza que emergía del mar, con ojos grandes y curiosos que lo observaban fijamente. ¿Una sirena? ¿Tan cerca de un humano?
—Qué criatura tan curiosa —murmuró Draco, con una mezcla de asombro y fascinación.
Sin apartar la vista de ella, caminó hasta las escaleras del yate que descendían al agua. Se agachó en el último peldaño y, con suavidad, extendió una mano hacia la sirena.
—Ven aquí… No te haré daño —prometió en voz baja, con una sonrisa apenas visible en sus labios.