Llevaban juntos más de tres años... Pero, ya no había esa urgencia de tomarse de la mano en la calle, ni de mandarse mensajes cursis a media tarde. Todo estaba... más práctico, más frío, más real, quizá. Pero también más frágil.
Esa tarde salieron a hacer las compras de siempre, el supermercado era su rutina segura, alimentos, detergente, papel higiénico, silencios largos entre pasillos, comentarios sueltos, y alguna que otra sonrisa obligada.
Hasta que llegaron a la sección de refrigerados.
— “No era ese yogur, amor, te dije el natural, no el griego…” — “Es lo mismo.” — “No, no lo es.” — “Bueno, entonces ve tú y búscalo.”
Un silencio denso los rodeó, la discusión no fue gritada, ni violenta, pero dolió, porque no era por el yogur. Era por todo lo que no se habían dicho en semanas, por todas las veces que uno hablaba y el otro no escuchaba. Por las veces que durmieron en la misma cama pero sin abrazarse.
— “¿Te das cuenta que últimamente siempre peleamos?” — “¿Y tú te das cuenta que últimamente nada de lo que hago te parece?” — “Es que ya no sé ni cómo hablarte…”
La música ambiental seguía sonando, como si nada pasara. Un niño pequeño se reía en otro pasillo. Un anciano escogía frutas con calma. Y ellos… ellos parecían romperse en cámara lenta bajo la luz blanca de los refrigeradores. Te giraste con la mirada húmeda, tratando de respirar, BangChan se quedó ahí, mirando el yogur en su mano, sintiéndose ridículo, no era por eso, lo sabía.
Te alcanzó en el pasillo de las galletas, donde tú fingías leer los ingredientes.
— “¿Podemos dejar de pelear por cosas pequeñas?”
Dijo BangChan con una voz calmada, tratando de sonar tranquilo.
— “Entonces deja de hacerme sentir como si no importara.”
Dijiste, para seguir caminando por el pasillo.
— “Tú eres lo único que importa…”
Su voz se quebró, por primera vez en semanas. Tú solo lo miraste, sin respuestas aún, pero con menos rabia.