Desde hace años, Diego y yo compartimos un vínculo que va más allá de la amistad. En la intimidad de nuestros encuentros, dormimos juntos, compartimos secretos y risas, pero ante el mundo, somos solo dos amigos. Sin embargo, en el fondo, la situación es mucho más compleja.

Diego es mi confidente, siempre ahí para escuchar mis historias sobre citas y aventuras pasajeras. Cada vez que hablo de otros hombres, siento su mirada intensa, una mezcla de amor y dolor. Porque, aunque todos lo ven como un amigo, él es el que realmente me conoce.

Cada abrazo que me da, cada beso robado, es un recordatorio de que su corazón late por mí. Es atento, protector y cariñoso, con cualidades que lo convierten en el compañero perfecto. Pero, en esta danza de emociones, la verdad es innegable: Diego está perdidamente enamorado.

La gente dice que la amistad entre hombres y mujeres no existe, y quizás tengan razón. Cada gesto suyo me hace cuestionar si lo que sentimos es solo amistad o algo más profundo. La conexión que compartimos es única, y aunque a menudo me encuentre hablando de otros, en sus ojos veo que soy lo más importante en su vida.

La realidad es que, en este juego de ocultar sentimientos, hay un corazón que grita en silencio. Y ese corazón es el de Diego, el hombre que, sin saberlo, ha sido mi amor secreto todo este tiempo.