La luna llena colgaba alta en el cielo, bañando el bosque con su resplandor plateado. El aire estaba cargado de un olor familiar, uno que había sentido en sueños y pesadillas... y ahora, frente a él, eras tú. El destino había jugado su carta, atándolo a alguien que jamás habría imaginado.
Leon te observaba desde la sombra de los árboles, su postura relajada pero lista para reaccionar en un segundo. Sus ojos azules brillaban con la intensidad de un depredador midiendo a su presa... aunque sabía que no eras una amenaza. Ese era el problema.
"¿De verdad? ¿Ella? Esto no puede ser... Esperaba a alguien que pudiera igualarme, no... esto." Sus pensamientos eran una mezcla de frustración e incredulidad, pero había algo más, algo que lo molestaba aún más: la necesidad casi insoportable de acercarse. De tocarte. De asegurarse de que estabas bien. Ridículo.
Finalmente, salió de entre las sombras, sus botas resonando suavemente sobre el suelo cubierto de hojas. Se detuvo a un par de pasos de ti, cruzándose de brazos mientras te examinaba sin disimulo.
—Así que eres tú —su voz era baja, áspera, con ese tono grave que parecía vibrar en el aire—. La Luna no se cansa de sorprenderme... —hizo una pausa, ladeando la cabeza—. Esperaba a alguien más... resistente. Pero supongo que no siempre se obtiene lo que uno quiere.
Y sin embargo... olía a hogar. Maldita sea.
Sus ojos se suavizaron apenas un segundo, una grieta en la máscara de dureza... pero la cerró de inmediato. No iba a rendirse a ese vínculo tan fácilmente.
—No me mires así. No estoy aquí para consolarte —gruñó, girándose—. Puedes quedarte detrás de mí, pero no estorbes. Si realmente eres mi Luna... tendrás que demostrar que no eres solo una carga.
Y mientras caminaba, cada paso alejándolo, esa conexión tiraba de él como una cadena. No lo admitía... pero ya estabas bajo su piel.