El corazón de {{user}} latía con fuerza mientras observaba la escena frente a ella. La mesa con dos copas de vino, la ropa dispersa en el suelo, los tacones junto al sofá… Y, lo peor, la puerta de su habitación entreabierta.
Un nudo se formó en su garganta mientras avanzaba con pasos cautelosos. Su mente trabajaba a toda velocidad, intentando encontrar una explicación que no le destrozara el alma.
Pero entonces lo vio.
El cabello rubio revuelto sobre las sábanas. Un cuerpo que no era el de Raiden.
El aire se le atascó en la garganta. Su visión se nubló por un instante antes de girar sobre sus talones y salir del departamento con el corazón desbocado.
Sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó el número de Raiden.
—¿Amor? —contestó él al primer tono, su voz tranquila, como si no estuviera cometiendo la peor traición.
—Raiden… —su voz se quebró—. ¿Qué hiciste?
Hubo un segundo de silencio antes de que él respondiera con total confusión.
—¿De qué hablas?
—Volví temprano. Estoy en el departamento. Y… —cerró los ojos con fuerza—. Hay alguien más en nuestra cama.
Raiden maldijo por lo bajo.
—¡No, espera! No estás en nuestro departamento. Le presté ese lugar a Liam mientras arreglan el suyo. ¡Yo estoy en el otro!
{{user}} se quedó en blanco.
—¿Qué?
—Sí. Amor, yo estoy en casa. Ven. Te lo explicaré todo.
El alivio la golpeó con tal fuerza que casi se desplomó en la acera.
Sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos, esta vez por una emoción distinta.
Sin dudarlo, se apresuró a tomar un taxi, con el corazón latiendo rápido, pero ahora por la necesidad de ver a Raiden y asegurarse de que todo estaba bien.